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Asesor de Nasralla se despide con un dardo interno: «los presidentes se construyen, no se vociferan»

El asesor de Salvador Nasralla, Juan Carlos Jara, se despidió con un contundente mensaje que apuntó al exceso de ruido mediático en la campaña: “Los presidentes se construyen, no se vociferan”.

Con esta frase, Jara diferenció el trabajo estratégico y discreto de quienes planifican con método del protagonismo superficial de quienes buscan titulares.

El consultor comparó la labor de los asesores serios con la de satélites que giran sin entender la órbita: mientras unos construyen paso a paso, otros intentan sacar ventaja de interpretaciones equivocadas o sensacionalistas.

Según Jara, un cuento o una metáfora no es un pronóstico electoral, sino una reflexión sobre la estrategia y el proceso.

El mensaje subraya que la política efectiva no se demuestra con gritos ni declaraciones llamativas, sino con planificación, análisis y acciones concretas.

Los verdaderos resultados, destacó, nacen de la disciplina y del trabajo constante, no del ruido mediático ni de la especulación.

Con su despedida, Jara dejó claro que la seriedad en la campaña es un valor que supera cualquier escándalo pasajero, recordando que la construcción de liderazgo y de presidencias requiere paciencia, método y discreción, elementos que no siempre son visibles, pero sí determinantes.

“El Oficio del Arquitecto Silencioso”

En los pasillos más tranquilos del poder, (esos donde no entran los improvisados ni los ruidosos); trabajaba un arquitecto político conocido únicamente por quienes entendían la diferencia entre influencia y alboroto. Era un profesional que no buscaba titulares, ni pose, ni reflectores; su método era más fino: construir sin anunciar, orientar sin perturbar, guiar sin figurar.

Un día, mientras revisaba los planos estratégicos del momento, algunos personajes menores, autoproclamados “analistas de ocasión”, decidieron hacer escándalo con una pieza literaria que jamás comprendieron. Tomaron un cuento que hablaba de los satélites del poder, de sus excesos y de su ceguera, y lo deformaron hasta convertirlo en una acusación absurda: que el arquitecto había “anticipado derrotas”, como si un profesional de su talla apostara a rumores y no a datos, a pasiones y no a hechos.

Aquella manipulación no reveló su talento, sino su necesidad desesperada de relevancia. Porque hay quienes, incapaces de producir pensamiento, se dedican a distorsionar el de otros. Es su único modo de sentirse peligrosamente cerca de la conversación seria.

El arquitecto los observó con la paciencia de quien entiende la jerarquía real de las cosas. Sabía que los que se escandalizan por metáforas suelen ser los mismos que jamás han leído una estrategia completa. Y con ese tono mesurado que tanto molesta a los mediocres, dejó muy claro:

A) – Un cuento es una reflexión, no un resultado electoral.

B) – Una metáfora no es un pronóstico.

C) – Y mi trabajo no es especular, sino construir.

Mientras tanto, el proceso electoral continuaba. Las actas se contaban, se revisaban, se resguardaban como corresponde. Ninguna palabra del arquitecto se adelantó a los hechos; ninguna insinuó lo que aún debía verificarse. La realidad seguía su curso, y él también: con método, discreción y oficio.

Los agitadores, (esos satélites torpes que giran sin entender la órbita); siguieron intentando sacar provecho de una interpretación fraudulenta. Pero su problema era simple: confundieron sombra con ausencia. No comprendieron que los verdaderos consultores, los que diseñan presidencias y no chismes, trabajan desde un silencio calculado, no desde un estruendo inútil.

Y por eso, cuando la marea de rumores se disipó, quedó expuesto lo evidente:

que la distorsión no fue un error, sino una intención;

que quienes acusaron no buscaban verdad, sino protagonismo;

y que su lectura pobre los delató más que cualquier réplica.

El arquitecto, fiel a su estilo, no necesitó gritar. Bastó un recordatorio simple:

La seriedad se ejerce, no se proclama.

La estrategia se demuestra, no se presume.

Y los presidentes se construyen, no se vociferan.

Los energúmenos volvieron a su ruido, donde suelen sentirse cómodos.

El arquitecto regresó a su trabajo, donde siempre ha sido más útil: en esa discreción que tanto incomoda a quienes jamás entenderán que la eficacia no necesita aplausos.

JC – 08/12/25

Lic. Juan Carlos Jara

Consultor Político Internacional



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