Ayer se viralizó una escena política encarnada por el alcalde de San Pedro Sula y actual contendiente por la misma municipalidad para el próximo período, junto a sus simpatizantes, con la imagen de los candidatos presidenciales opuestos a su partido político en dos ataudes. No hay duda que es un episodio de violencia política. Horas después, miembros del Partido Liberal quisieron justificar la acción recordando una acción similar hecha por simpatizantes de Libre.
Escenas grotescas en la política hondureña no son nuevas. Además, son una herramienta a la que recurren no solo los candidatos políticos, también estrategas que entienden el peso de una imagen en un entorno político y social que es altamente emocional. Eso no quiere decir que esté bien. Pero es una realidad que debemos reconocer, que la violencia política es parte de cómo se hace política en Honduras, y la sensación es que crece cada vez que se acerca el día de las elecciones.
También es verdad que el volumen y las dimensiones de la violencia varían. Cuando un partido está en el poder tiene más herramientas para demostrar fuerza por medio de la violencia. Por ejemplo, en su momento el nacionalismo, y ahora Libre, han utilizado hábilmente cuentas falsas, fachadas de medios de comunicación y ejércitos de bots para crear campañas, desprestigiar adversarios políticos y promover la desinformación para beneficiar a sus candidaturas. Todo ello con la inyección de recursos públicos. Sin mencionar el uso de la investidura de los funcionarios para dirigir ataques y aprovechar los megáfonos que da el cargo.
Idealmente, este flagelo tendría que tratar de mitigarse desde las instituciones, pero eso no va a ocurrir en un sistema en el que las autoridades son una extensión de la lucha partidaria por el poder. Así las cosas, en un contexto de muchos vacíos institucionales y de poca cultura democrática, solo queda tener la conciencia y la voluntad de reconocer un episodio así cuando ocurre, procurar el equilibrio político para condenarlo, y tener autocrítica cuando nuestra humanidad nos hace presas de escenarios así.
Ahora mismo es posible que no se perciba la gravedad del caso a caso, pero cuando la acumulación de episodios desemboque en la lucha por imponer un discurso sobre ganadores o perdedores el 30 de noviembre, o después, entenderemos lo importante que es, una vez más, tener instituciones y ciudadanos con vocación democrática que contribuyan a poner freno a la violencia indistintamente del color político del que proviene.

