Viviendo con el Señor seremos llenos del Espíritu. Se trata de estar focalizados en el Señor, y no en nosotros mismos ni en el Espíritu que está en nosotros. De esta manera no buscaremos atraer la atención sobre nosotros, y habrá resultados positivos para el Señor:
– Una vida que glorifique a Dios. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Dios desea trasmitirnos estas cualidades y prepararnos “para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21).
– Una vida al servicio del Señor para agradarle. Es un servicio que glorifica a Dios y no al yo, a nuestro ego, un servicio que Dios aprueba y bendice, a veces sin que lo sepamos. Este servicio comunica “la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10).
– Gozo y alabanza. No significa necesariamente que sea una alegría ruidosa, sino una alegría del corazón, “con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8), a pesar de las dificultades, la incomprensión y el menosprecio. Es el “gozo del Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 1:6).
– Valor para dar testimonio. Los primeros cristianos tenían una energía y un denuedo excepcionales para hablar del Señor. Para ello no confiaban en sí mismos, sino que oraban para obtener ese valor. El apóstol Pablo pedía a las iglesias que hicieran oraciones por él, para que pudiera “dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio” (Efesios 6:19).