Teófilo, Arnoldo y Claudio salían para un viaje de negocios. Sin embargo, en el camino hacia el aeropuerto, el automóvil tuvo una avería y perdieron el avión por algunos minutos. Faltarían a una reunión importante. Teófilo aceptó el contratiempo, Arnoldo estaba muy contrariado y Claudio estaba furioso. Al día siguiente quedaron estupefactos al enterarse de que el avión se había estrellado. ¡Ningún sobreviviente! ¡Por poco… y estarían muertos!
– Teófilo era cristiano y padre de familia. El día anterior aceptó tranquilamente el contratiempo, sin comprender. Confiaba en Dios y sabía que él tenía sus razones. El día siguiente comprobó que Dios lo había protegido maravillosamente. Emocionado contó a su familia cómo Dios había sido misericordioso con ellos, salvándole de la muerte; y juntos le agradecieron.
– Arnoldo era ateo, pero esto lo hizo reflexionar: ¿Dónde estaría ahora si el auto no hubiera tenido esa avería? Comprendió que su vida había sido salvada milagrosamente, y se volvió al Dios que hacía tanto tiempo lo estaba buscando. Dios habló a Arnoldo, y él escuchó.
– Claudio también era ateo. Cuando perdió el vuelo se puso furioso, pero luego se felicitó por tal casualidad, presumiendo ante su familia haber tenido mucha suerte. Dios habló fuerte a Claudio, pero él no quiso escuchar.
Exteriormente nada diferenciaba a esos tres colegas. Pero ese contratiempo tuvo para cada uno de ellos un significado muy diferente. El objetivo de Dios era el mismo, pero el efecto producido no lo fue.