Un habitante de la isla Nías, frente a Sumatra, habló del cambio que les llevó el Evangelio de Jesucristo:
«Antes de ser alcanzados por el Evangelio, estábamos como atascados en un pantano. Nos hundíamos cada vez más, a punto de perecer de cuerpo y alma. Éramos depravados a causa de los vicios, estábamos carcomidos por el continuo miedo a los malos espíritus y por el terror a la muerte.
Pero escuchamos hablar del Evangelio de Jesucristo. Él murió y resucitó por nosotros. Quitó nuestra culpa y nos da, aquí y desde ahora, la vida eterna».
Por su parte un camerunés recuerda cómo él y los de su tribu, al caer la noche, temblaban a causa de los malos espíritus. Aun durante el día no se sentían tranquilos. Sin embargo, la brillante luz del Evangelio iluminó sus tinieblas y les llevó la libertad. Cuando por primera vez recibieron el Nuevo Testamento en su propio idioma, exclamaron: ¡Ahora vamos a ser fuertes, la Palabra de Dios nos va a fortalecer!
El que cree en el Hijo de Dios recibe el perdón que borra la culpabilidad de toda una vida, la liberación de la influencia del pecado, de los ritos obligatorios y de los miedos supersticiosos. Esta liberación es efectiva y definitiva para cada creyente, sin importar su origen.
“Dando gracias al Padre… el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas” (Colosenses 1:12-13).