Al oeste de los Estados Unidos vivía un agricultor de edad avanzada, un cristiano ferviente que no perdía ocasión para hablar de su Señor. Cierto día visitó a su hijo, senador en Washington, quien le presentó al embajador de Bélgica. De repente el anciano le preguntó: «Excelencia, ¿es usted un verdadero cristiano? ¿Cómo está su alma?». Estas preguntas avergonzaron a su hijo, quien hábilmente desvió la conversación para evitar que el embajador tuviese que responder.
Meses más tarde el anciano murió. ¡Qué sorpresa se llevó el hijo cuando descubrió, entre las numerosas coronas mortuorias, un ramo de flores enviado por la embajada belga! El mismo embajador había escrito unas líneas en una tarjeta. Con los ojos llenos de lágrimas, el senador leyó el conmovedor testimonio rendido a su padre: «Fue la única persona de Estados Unidos que se preocupó por mi alma y me preguntó si era cristiano».
¡Cuántas personas encontramos diariamente! ¿Conocen ellas a Jesús, el Hijo de Dios? ¿Cuál sería su destino si el Señor volviese hoy? No perdamos ninguna ocasión para concientizar a aquellos con quienes nos encontramos sobre el destino eterno de su alma. Cristianos, ¡que nadie diga de nosotros que no nos interesamos en el destino de su alma!
“El que gana almas es sabio”, declaró el rey Salomón (Proverbios 11:30).