En Alemania, encima de la puerta de la catedral de Aquisgrán, se puede ver un triángulo en cuyo centro hay un ojo dibujado. Evoca el ojo de Dios, bajo la mirada del cual vive cada ser humano.
El creyente podría temblar pensando que nada de lo que ocurre en su vida está escondido de la mirada de Dios. ¡Sí, él conoce nuestros pensamientos e incluso nuestras intenciones! A veces vienen a nuestra mente muchas cosas que quizá preferiríamos ocultarle. Saber que el ojo de Dios ve todo, ¿nos entristecerá o desanimará? ¡De ninguna manera!
Pensemos en la experiencia del rey David: durante un tiempo trató de ocultar un terrible pecado, pero no tenía paz porque su conciencia lo torturaba. Hasta que un día dijo a Dios: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:5).
Dios no ha cambiado. Aún hoy ve todo y perdona los pecados del que se los confiesa sinceramente. ¡Él pagó con su vida para darnos el perdón!
Así Dios ve todo lo que hago y mucho más, sabe todo lo que pienso. Para el que está en paz con Dios, y su conciencia no le reprocha nada, esto es un motivo de gozo. Dios me ve continuamente y piensa en mí con bondad, aunque yo no siempre soy consciente de sus bendiciones. Y, si en algo el Señor me muestra un pecado en mi vida, rápidamente se lo confieso a él.