Rebeca tenía seis años y estaba aprendiendo a leer. Víctor tenía doce e iba al colegio. Una tarde la niña observó las tareas que su hermano hacía y se dio cuenta de que no comprendía nada. Entonces se acercó a su madre y le dijo con una voz inquieta: «Mamá, cuando vaya al colegio nunca podré hacer lo que Víctor hace, ¡es demasiado difícil!».
Al ver la preocupación de la niña, su madre la consoló: «Rebeca, tú solo tienes seis años, Víctor tiene doce. Es normal que a tu edad lo que él hace te parezca demasiado complicado, ¡pero hoy nadie te pide que hagas las tareas de tu hermano! Tu profesora te pide que hagas cosas adaptadas a tu edad, sabe qué eres capaz de hacer. Esfuérzate sencillamente en aprender cada día lo que ella te pide. Cuando llegue el momento, verás que podrás hacer los ejercicios que Víctor hace».
En la vida cristiana también hay edades espirituales diferentes. La familia de la fe está compuesta por hijitos, jóvenes y padres (1 Juan 2:12-14). De esta manera algunos cristianos están más adelantados que otros. Pero no nos comparemos unos con otros, preguntándonos con inquietud si seremos capaces de hacer lo que hace este o aquel. ¡Confiemos en Dios! Él conoce nuestra capacidad mejor que nosotros, y adapta a ella lo que nos pide.
Esforcémonos en asimilar las lecciones de hoy. Ellas nos preparan para las que Dios quiere enseñarnos mañana. Así nuestros progresos espirituales serán para su gloria.