Nadie espera que Ousmane Dembélé sea un chico modélico. No lo es. Le cuesta despertarse. Le encanta la comida rápida.
Y si toca sublevarse, tampoco tiene problema alguno. Quizá por ello trata de venderlo la cúpula ejecutiva del Barcelona.
Aunque el jugador, inapreciable en el pasado Mundial de Rusia, levantó la mano para decir que aún sigue ahí.
No hay bruma que oculte la calidad. Su tremendo latigazo con la pierna derecha en el crepúsculo marroquí concedió la Supercopa de España al equipo azulgrana y dejó sin premio a un Sevilla al que no se le pudo reprochar nada.
Por si hubiera dudas, Ter Stegen, que derribó en el área a Aleix Vidal en el ocaso, paró el penalti a un desconsolado Ben Yedder cuando el partido ya se encaminaba a la prórroga.cortesíaelmundo.es