Dios le tiende la mano
Quizá no haya nada más opuesto a nuestros pensamientos naturales que la reconciliación tal y como la describe la Biblia. ¡Cuán sorprendente es que Dios, el gran Dios de los cielos y de la tierra, esté esperando nuestro sí para perdonarnos! ¡Qué diferencia con lo que sucede entre los seres humanos! Nos parece normal que la iniciativa de la reconciliación proceda de quien actuó mal. Este debe pedir perdón, presentar sus disculpas y, si es posible, reparar el daño. A menudo cada uno reconoce su parte de error y así se soluciona el problema.
¡Pero entre Dios y los hombres es muy diferente! Dios mismo es el reconciliador, es decir, él toma la iniciativa y paga los daños.
Aunque siempre haya tendido la mano a los hombres, estos no siempre escucharon, pues son un “pueblo rebelde”. El hombre incrédulo es indiferente a Dios, incluso hostil, pero Dios se acerca a cada uno de nosotros. Si acepto tomar su mano, descubro que me ama y que quiere cambiar mi hostilidad por su amor. ¿Cómo es posible? ¡Mediante la muerte de su Hijo! Cuando Jesús fue crucificado, llevó sobre sí nuestra hostilidad y nuestro alejamiento de Dios; luego resucitó. Jesús destruyó la barrera de nuestros pecados, la cual se interponía entre nosotros y Dios.
La reconciliación que la muerte de Cristo produjo se hace efectiva para todo el que la acepta. No descansa sobre una mejoría de su comportamiento, sino sobre la obra cumplida por Jesús una vez para siempre en la cruz.