Las riquezas son efímeras
Era uno de los hombres más ricos del mundo. El gran público lo conocía especialmente por su ambición desmedida, sus locuras y su gusto por las fiestas excéntricas. Murió de un paro cardíaco mientras dormía. Acababa de cumplir 70 años, y era el símbolo del capitalismo triunfante de años prósperos.
La Biblia presenta el caso de un hombre muy rico que, satisfecho de su éxito, ponía su confianza en sus riquezas. Sin embargo, Dios le dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:20). Su vida le fue quitada bruscamente esa misma noche. Contando solo con su bienestar efímero, este hombre había olvidado a Dios, en quien están las riquezas eternas: su amor, su perdón, su paz y la vida eterna, ofrecida gratuitamente por medio del sacrificio de Jesucristo en la cruz.
El dinero no es lo único que deseamos poseer para satisfacer nuestras aspiraciones. Pero, ¿cuál es su valor? A menudo Jesús denunció la futilidad de las riquezas que acumulamos en la tierra, para invitarnos a hacernos tesoros en el cielo (Mateo 6:19-20; Lucas 16:13). Él mismo, aunque era rico porque era Dios, vivió en la pobreza para enriquecernos con los bienes de su amor.
Nuestra vida terrenal es tan solo una neblina que aparece por un poco de tiempo, y luego desaparece (Santiago 4:14). ¡No la malgastemos yendo tras cosas que tendremos que dejar! ¡Jesús nos ofrece la vida eterna!